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12 de dezembro de 2016

Pinocchio y la brújula moral


Supongo que todos os acordáis de la peli de Pinocchio, la versión de 1940 (¿en serio que es tan vieja?!), en la que la odisea del niño de madera es narrada por un Grillo con sombrero.
El Grillo Pepito se presenta entonces como la conciencia de Pinocchio, aquel que le ayudará a distinguir right from wrong. También enseña que, si las cosas pintan mal y la buena suerte no te acompaña, debes simplemente silbar (me acuerdo que esta escena me motivó a aprender a silbar. Y también a intentar conversar con los insectos...)
La idea era entonces presentar a los niños el concepto de la brújula moral, que, como todo sabemos por experiencia propia - y ajena - , es algo un tanto complejo. Sin embargo, a través del Grillo, todo parecía translúcido y obvio: ¡Claro que no debes irte con el gordo italiano de las marionetas!
Sin embargo, esta “voz dentro de tu cabeza” abandona la inocencia disneyana y empieza a evolucionar, mutando y transformándose en una especie de ser con voluntad propia. Y no hablamos de un ser amigable como el Grillo Pepito…
Hablamos de un voz que te hace dudar, temer, avergonzarte… Aunque a veces incluso te ayude.

Creo que empezamos a darnos cuenta del poder del efecto “conciencia” esa vez que la voz de nuestra madre interrumpe nuestros planes de viernes diciendo “una chica no debe beber tanto. queda mal”. Y entonces rechazas la tercera sangría, porque no quieres emborracharte y ser una vergüenza para la comunidad femenina.
Después viene la voz de tu padre, que declara con convicción que no soportaría jamás que su hija fuera una drogadicta, y rechazas el porro, rechazas la pastilla sonriente, todo lo que haga falta para ser una niña ejemplar.
Pero, con el tiempo, la voz de tus padres empieza a desvanecer, tú brújula moral tiembla, al final, “un porrito no me va a convertir en una junkie, verdad?…” Empiezan a pasar cosas raras que no sabes catalogar. Sheryl Crow te dice que “if it makes you happy it can’t be that bad”, pero luego te sientes mal, y luego lo repites, y…
Finalmente te das cuenta que todo es absurdamente relativo.
La brújula moral sirve para no quedarnos quietos, para que sepamos reaccionar rápidamente en situaciones que nos ponen a prueba... pero también nos hace creer que sabemos mucho más de lo que realmente sabemos.
Al final, la moralidad es, sobre todo, “el esfuerzo por ordenar los constituyentes del mundo en un sistema armónico que excluya el conflicto y la discordia”. Pero no es propiamente natural...

Levitt y Dubner en Piensa como un Freak lo ponen muy sencillo:

“Una brújula moral puede convencerte de que todas las respuestas son obvias (aún cuando no lo sean); de que hay una línea brillante entre lo correcto y lo errado (cuando con frecuencia no la hay), y peor, darte la certeza de que ya conoces todo lo que necesitas saber sobre un tema, con lo cual puedes dejar de aprender más.”

Aunque yo crea en los principios básicos de la moralidad (cosas tipo: no matar), también creo que gran porción de la moral es relativa… opinable.
Defender que la moralidad es absoluta me suena a secta religiosa. Son el tipo de personas que te dirán cosas como “el relativismo brota de la incapacidad para confiar y comprometerse”, o que te “hace falta reflexionar con mucha profundidad respecto a la moralidad”...

No quiero afirmar que debemos vivir en la “ausencia del infierno” y creer que todo es tan discutible al punto de erradicar los conceptos de bien y mal.
El Hermano Zorro no es un role-model.
Pero el Grillo Pepito tampoco es la ostia. Aunque innegablemente adorable, él representa aquello a lo que los psicólogos apellidan “el Super Yo”: es un personaje incorpóreo que discute con “el yo” de carne y hueso, recordándole constantemente aspectos morales y obligaciones.
En el proceso, Pepito también te incita a quedarte en la zona de confort y a ser tediosamente lineal.
En definitiva, el personaje más interesante es justamente Pinocchio, que se toma su cerveza y fuma puros, al mismo tiempo que salva a papá Geppetto de la Ballena gigante.
Su recompensa es volverse “un niño de verdad”, ya que logra que sus buenas acciones eclipsen las malas. Pero hubiera llegado a lograrlo si no hubiera caído antes en la tentación? Sin que se hubiera equivocado y aprendido de sus errores?
Bueno… No lo sabemos.
Pero una cosa es cierta: si Pinocchio hubiera ido a la escuela tal como había planeado, difícilmente hubiera habido una peli para recordar.

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